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Hartazgo

17 marzo 2013

En 1979, cuando era un adolescente, oía de manera machacona la palabra desencanto con la que nuestros intelectuales se referían a la nueva democracia y a unos gobernantes que no sabían sacarnos del marasmo económico y social, y que no conectaban con la voluntad popular de cambio. Aquello terminó con la dimisión de Adolfo Suárez, la intentona golpista de Tejero de 1981 y el triunfo arrollador de Felipe González un año después. Pasados treinta años, la profunda crisis económica que nos sacude desde 2008 nos ha abocado ahora a una situación similar, mutatis mutandi. Pero, ¿hasta dónde llega el hartazgo de la sociedad española respecto a sus políticos? Porque de la existencia de un cambio importante de la opinión pública española nadie duda. El resultado electoral de noviembre de 2011 supuso un primer aldabonazo en el panorama político. Mayoría electoral conservadora y hundimiento del voto socialista, que llevaba de candidato a un alicaído Alfredo Pérez Rubalcaba. Los datos muestran a un PSOE con el 28,73% de los sufragios, y una reducción de más de diez puntos del bipartito PP-PSOE (de 80,30% del sufragio en 2004, 83,81% en 2008, pasó a un 73,35% en 2011).

Sin embargo, la crisis política no ha hecho sino ahondarse desde el mismo momento de las elecciones de 2011. Con una crisis económica desbocada, una Europa paralizada -a veces amenazante-, un desempleo cercano a los 6.000.000 de parados y un continuo goteo de casos de corrupción a cual más espeluznante, la inacción atenaza por momentos al Estado. La política errática del Gobierno del Partido Popular en estos quince meses no hace sino ahondar en la herida. El hartazgo de la clase política, así tildada por buena parte de la opinión, está conduciendo a movilizaciones sin precedentes en la joven democracia española, solo comparables a los momentos preconstituyentes de Gobiernos de UCD. 35 años después de aprobada la Constitución, sus agujeros son más que notables y las propuestas de cambio llegan desde todos los puntos del espectro político. Pesimismo y cansancio son el lema de nuestro tiempo, y el banderín europeo se coloca cada vez más lejos. El número de asociaciones y grupúsculos hasta ahora marginales que buscan un hueco en las pancartas y las protestas ciudadanas es muestra de ello. Las redes sociales e internet ayudan a su organización y a la pérdida de crédito de los partidos tradicionales con demandas de más trasparencia e información. El hartazgo de los más débiles, de los desfavorecidos, pero también de las capas medias que apoyaron el proyecto del Partido Popular, augura una pequeña-gran hecatombe en las elecciones de 2015. El bipartidismo (que prácticamente ha durado desde 1982, en que el PCE obtuvo cuatro diputados), parece que tiene los días contados. Ojalá no pasemos por una situación de debilidad democrática, de descrédito (cuyo ejemplo nos da estos días Italia).

El que no esté en política por dinero, que enseñe los bolsilos, de El Roto

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