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Bienvenido, míster Scholz

8 diciembre 2021

Alemania ha despedido 16 años de gobierno conservador en unas elecciones muy reñidas. Aunque haya sido por pocos votos de diferencia, la democracia alemana ha sabido decir adiós al gobierno de Ángela Merkel, una acomodaticia política conservadora procedente de la antigua Alemania Oriental.

Por primera vez el parlamento alemán contará con 750 escaños, el mayor de su historia. El gobierno arcoíris (7 ministros del SPD, 6 liberales, 5 ecologistas) que con un gobierno arcoíris. Herr Scholz

La enfermedad europea

15 junio 2013

¿Es una dermatitis o una rosácea? ¿Padece de paquidermitis o de gigantismo? Lo cierto es que Europa está enferma, y los remedios que vienen de la Comisión, del Parlamento o del BCE no acaban de diagnosticar convincentemente al enfermo. La Europa del euro está recalentada y pocos son los que ponen coto a esas humaredas inexplicables. Hace unos meses, Vicente Molina Foix vociferaba a quien quisiera oírle sobre la profunda crisis económica de la Europa del sur, en un artículo cuyo título era de gran expresividad: «Europa, el paquidermo». Citaba Foix un artículo anterior del veterano político español Javier Solana, («Europa y la modernización de España»), un texto espléndido en el que el político socialista comenzaba diciendo: «Hoy quedan tres países europeos entre las siete primeras economías del mundo. Dentro de diez años quedarán dos. En 2030 sólo Alemania aguantaría en la lista, pero en 2050 ya no quedaría ninguno». Frente a Solana, el artículo de Foix terminaba con estas palabras de marcado pesimismo: «La criatura además [se refiere a la Unión Europea], ha crecido con un gigantismo que, por bienintencionado que fuese en teoría, se demuestra impracticable, al convertirse en foco de nuevas desigualdades, apaños, egoísmos y sometimientos a un injusto orden mundial. Yo no tengo, naturalmente, la solución de este monumental fracaso, y les imagino a ustedes, lectores, tanto los indignados como los resignados, igual de perplejos».

El inveterado optimismo de Solana rechinaba en un momento de profunda crisis económica y marcado escepticismo,  un período prolongado de vacas flacas que casi roza con un pesimismo generalizado, después de una crisis que ha cumplido 5 años y de la que todavía no atisbamos a ver el final. Y como muestran las palabras de Molina Foix, para muchos, Europa es «impracticable», algo que no puede llegar a nada. Pero ¿qué le pasa a Europa? La enfermedad europea se llama «euro», una moneda que se puso en marcha en 2002 y que, en la práctica, originó la «Europa de las dos velocidades». A esa Europa de primera se sumaron países de contabilidad dudosa (Grecia o Irlanda), pero también sus agentes, sus bancos y sus mercados de «contabilidad creativa». Y los ciudadanos, acostumbrados a contar en pesetas españolas o liras italianas, pasamos a protagonizar un cambio del que no fuimos conscientes. La nueva economía daba un impulso nuevo con el euro, pero sus ciudadanos pensaban como en la economía del orden anterior. En el sexto año de la vida de don €uro, vinieron las primeras alarmas. La primera tos la dio Lehman Brothers, el primer resfriado fue de Estados Unidos, pero la gran recesión se produjo en Europa, enferma de contables y mandos intermedios, un país-continente sin consensos mínimos ni ideas claras (el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, no sabía por donde salir del abismo y nos metió más adentro). También los consensos saltaron por los aires cuando la crisis alargaba sus tentáculos y miraba hacia Bélgica o Francia. Los mandatarios más mediáticos de la Unión, Sarkozy y Merkel, no llegaron a entenderse. Dudaron en los pasos a dar y, a continuación, llegó el primer traspié. Muchos gobernantes no quisieron hacer frente a sus responsabilidades. Estamos en mayo de 2010. Día 10 de mayo. El presidente español Rodríguez Zapatero sale de Bruselas con una idea clara: devaluar un 5% nuestra economía vía recorte al funcionariado. Para ello tuvo que acatar la orden directa de la UE y meter en cintura un presupuesto nacional que ponía en riesgo la moneda única. El siniestro discurso del presidente en la tribuna parlamentaria del día 12 se centró en las graves circunstancias de la economía europea como causa última del cambio radical de rumbo: «el elevado déficit, que hay que reducir del 11% al 3% antes de 2013, las dificultades de Grecia y los ataques especulativos contra el euro». España se ponía a corregir sus desfases de una marena drástica, pero poco convencida. La ruptura del eje franco-alemán con la elección de François Hollande en plena crisis de la deuda ítalo-española acabó por empantanar las soluciones. Para terminar, las dudas de Reino Unido para con la política comunitaria del euro acrecentaron una parálisis que anticipaba el final de la Unión Europea que, nacida tras la Segunda Guerra Mundial, tuvo su momento estelar con la caída del muro de Berlín en 1990.

Croacia

Croacia, Estado 28 de la UE (1 julio 2013)

Y volvemos al principio: ¿qué le pasa a Europa? La respuesta correcta sería que nada que no le pase a otros países del globo. Pero ante la respuesta habida a la crisis económica de 2008, países como Estados Unidos o China, con gobiernos unitarios y directivas disciplinadas, han reaccionado mejor que la UE, que -torpe y timorata- se desangra en cifras de paro históricas y pérdida de competitividad en I+D+i. Las elecciones francesas, las italianas después y, por último, las elecciones de septiembre de 2013  en Alemania, paralizaron una y otra vez la política de una Unión que carecía de ideas y aguantaba el tipo ante tirones y rupturas de políticos y politicastros locales (el auge de nacionalismos excluyentes y soberanismos agazapados fue buena muestra de ello). Frente a un mundo acelerado que cambia por momentos inmerso en una segura revolución digital sin precedentes, frente a una nueva economía con bancos y mercados que operan en un orden global, con trabajadores y mercancías que van de acá para allá sin desvelo,  la UE plantea una política rala, dubitativa y subnormal, una política de pactos vintages, cuando Europa está necesitada de una verdadera política digital.

Ley procesal

4 junio 2013

Según adelanta el diario EL PAÍS la nueva redacción del Código Procesal Penal que está en fase de redacción por una comisión de expertos nombrada por el Ministerio de Justicia contempla que los jueces puedan autorizar a la policía para ‘hackear’ móviles y ordenadores en sus investigaciones criminales. La nueva ley procesal prevé por tanto supuestos de «instalación de troyanos en los ordenadores de los investigados para obtener la información que contienen o a la que se puede acceder a través de ellos». Asimismo, el texto defiende el acceso remoto a «equipos informáticos —lo que incluye tabletas y teléfonos inteligentes— para delitos con penas máximas superiores a tres años, para el cibercrimen y para el terrorismo y el crimen organizado, siempre que el juez justifique la proporcionalidad de la intervención». Y termina el diario: «Hasta el momento, solo Alemania ha aprobado una regulación similar, aunque solo para casos de terrorismo, ante la invasión de la intimidad que supone». Desde mi punto de vista, me parece sorprendente la noticia. ¿Cómo es que tardamos 15 años en actualizar nuestra norma jurídica? 15 años que llevamos en esta espiral futurista que es Internet.

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Nuestra legislación debe contemplar situaciones generales, y no podrá particularizar en modelos, técnicas ni modismos, porque la realidad va más deprisa que la ley. Habremos de autorizar al juez a que investigue con todos los medios habidos y por haber, con ‘troyanos’ o con ‘halcones’ si hiciera falta, salvaguardando las debidas garantías legales, también generales, y que el juez sabrá defender del abuso de autoridades o criminales. Y habrá de brindarse al juez toda la información de que disponga el Estado, desde la Agencia Tributaria a los Servicios Sociales.

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En la misma edición, el periódico madrileño informa de una controvertida decisión -cinco votos a favor y cuatro el contra-, por la que el «Tribunal Supremo de Estados Unidos ha fallado a favor de que la policía pueda tomar muestras de ADN de personas detenidas por delitos graves sin necesidad de una autorización judicial previa. La sentencia concluye que es es constitucional que los Estados mantengan una base de datos de ADN de los arrestados y equiparan el material genético con las huellas dactilares como método para la identificación de delincuentes». Habremos de incluirlo también en nuestro texto procesal, pero dentro de 15 años.

Ver: EL PAÍS

Hartazgo

17 marzo 2013

En 1979, cuando era un adolescente, oía de manera machacona la palabra desencanto con la que nuestros intelectuales se referían a la nueva democracia y a unos gobernantes que no sabían sacarnos del marasmo económico y social, y que no conectaban con la voluntad popular de cambio. Aquello terminó con la dimisión de Adolfo Suárez, la intentona golpista de Tejero de 1981 y el triunfo arrollador de Felipe González un año después. Pasados treinta años, la profunda crisis económica que nos sacude desde 2008 nos ha abocado ahora a una situación similar, mutatis mutandi. Pero, ¿hasta dónde llega el hartazgo de la sociedad española respecto a sus políticos? Porque de la existencia de un cambio importante de la opinión pública española nadie duda. El resultado electoral de noviembre de 2011 supuso un primer aldabonazo en el panorama político. Mayoría electoral conservadora y hundimiento del voto socialista, que llevaba de candidato a un alicaído Alfredo Pérez Rubalcaba. Los datos muestran a un PSOE con el 28,73% de los sufragios, y una reducción de más de diez puntos del bipartito PP-PSOE (de 80,30% del sufragio en 2004, 83,81% en 2008, pasó a un 73,35% en 2011).

Sin embargo, la crisis política no ha hecho sino ahondarse desde el mismo momento de las elecciones de 2011. Con una crisis económica desbocada, una Europa paralizada -a veces amenazante-, un desempleo cercano a los 6.000.000 de parados y un continuo goteo de casos de corrupción a cual más espeluznante, la inacción atenaza por momentos al Estado. La política errática del Gobierno del Partido Popular en estos quince meses no hace sino ahondar en la herida. El hartazgo de la clase política, así tildada por buena parte de la opinión, está conduciendo a movilizaciones sin precedentes en la joven democracia española, solo comparables a los momentos preconstituyentes de Gobiernos de UCD. 35 años después de aprobada la Constitución, sus agujeros son más que notables y las propuestas de cambio llegan desde todos los puntos del espectro político. Pesimismo y cansancio son el lema de nuestro tiempo, y el banderín europeo se coloca cada vez más lejos. El número de asociaciones y grupúsculos hasta ahora marginales que buscan un hueco en las pancartas y las protestas ciudadanas es muestra de ello. Las redes sociales e internet ayudan a su organización y a la pérdida de crédito de los partidos tradicionales con demandas de más trasparencia e información. El hartazgo de los más débiles, de los desfavorecidos, pero también de las capas medias que apoyaron el proyecto del Partido Popular, augura una pequeña-gran hecatombe en las elecciones de 2015. El bipartidismo (que prácticamente ha durado desde 1982, en que el PCE obtuvo cuatro diputados), parece que tiene los días contados. Ojalá no pasemos por una situación de debilidad democrática, de descrédito (cuyo ejemplo nos da estos días Italia).

El que no esté en política por dinero, que enseñe los bolsilos, de El Roto